Hace unas semanas, mi hermano me envió una foto vía WhatsApp que me remontó a aquel día en el que él me enseñó a manejar bicicleta. Recuerdo que primero tuve un velocípedo rojo y, a los cinco años, vi que una señora se lo llevaba de casa. Mami me explicó que ya yo estaba muy grande para usarlo.
A los dos años, en Navidad, recibí una bicicleta. Contaba siete, entonces. Era verde, marca Caloi y tenía un asiento banana. La bici se podía doblar por la mitad para transportarla.
Pasó muy poco tiempo y mi hermano Asdrúbal, que fue quien me la compró, decidió quitarle las rueditas y enseñarme a manejar. Lo hizo dentro del estacionamiento y aprendí rapidísimo.
Al cabo de pocos días, estaba yo organizando picnics con mis sobrinas Libertad, Gloria y Alba, mis compañeras de juego. ¡Y sí, señor! ¡A todas las monté en la bicicleta y al mismo tiempo! Y no contenta con eso, debajo de mi asiento, había unos tubitos que hacían de maletero. Allí le incrusté una cajita de zapatos y dentro de ella metíamos la merienda que comeríamos en el picnic.
Aquella bici me acompañó hasta que me fui a la universidad. Entonces, mi bicicleta se la llevó una amiga de la familia a su casa de la playa. El 3 de junio, día mundial de la bicicleta, redacto este texto y mi memoria… sonríe.