Cuando mamá cayó hospitalizada en Caracas, Venezuela, yo vivía en la isla de Margarita. Me fui a Caracas. Era 29 de diciembre de 2013. Pasamos el año nuevo cuatro de los cinco hijos de mi mami, cuidándola, a su lado. Regresé a mi casa el 5 de enero de 2014, justo para cenar la víspera de reyes con mis hijas y su padre. Luego de ponerlos al tanto de la triste situación (mami estaba falleciendo), fui al colegio esa semana en la que iniciaban las clases, después del asueto navideño.
«¿Por qué viniste?», preguntó mi jefa. «Porque tenía que dejar todo arreglado aquí y debo explicarle a los muchachos». «¿En serio quieres entrar a hablar con ellos? ¿No te vas a desmoronar?» «No, mi mamá me enseñó a controlar mis emociones».
Y así, entre a salón por salón de clases. En sala cinco, les expliqué a los niños que tenía que ir a hacer unas diligencias en Caraca,s que no sabía cuánto iban a tardar, pero que yo volvería pronto. A ellos no podía decirles. Antes del asueto, habíamos hablado de la familia y yo les había contado que mi papá se había muerto cuando yo tenía 5 añitos. ¡No les podía causar tanta tristeza seguida!
A mis otros alumnos de bachillerato, les dije la verdad. Con los que me sentí más tranquila, fue con los de quinto año, que quizás tenían, a flor de piel, la nostalgia de dejar el colegio y hacerse mayores y saber que uno empieza irremediablemente a asumir la pérdida física de los seres queridos.
Recuerdo su cara de asombro al verme, impávida, echando el cuento, triste, pero plantada, entera, sin desmayar, ni estallar en llanto, con uno que otro ojo aguado y alguna lágrima enjugada. Les dije que sabía que sería el final de mi mamá, que ya no había nada que hacer y que eso era lo que Dios había dispuesto y yo lo respetaba. Sus caras mostraban aceptación y eso es importante cuando se trata deun educador porque significa que creen en ti.
Sin duda, les estaba dando una lección, auspiciada por mi señora madre.
Cuando volví al colegio, le dije a mi jefa: «Hoy no voy a entrar a los salones. Aún no estoy preparada. La próxima semana, sí». «Te van a ver y te van a preguntar». «No hay problema, tendré la respuesta adecuada. Mi mamá me enseñó a responder con entereza a cualquier pregunta personal y sin entrar en detalles, si no quiero».
Cada grupo actuó de manera diferente. Recuerdo que los de preescolar, al verme, saltaron a abrazarme de alegría. En esos abrazos, los sentí decirme: «Estoy contigo, teacher, y te quiero mucho, aunque no sé qué te pasa. Te ves triste».
Los de tecer año, pasaron en fila a darme el pésame. Uno por uno se fueron levantando de su asiento para darme un beso y abrazarme.
Los de quinto se sentaron todos en silencio a escucharme. Viniendo de ellos, fue una graaaan reverencia porque eran unas cotorras indetenibles.
Creo que mis alumnos aprendieron mucho en ese momento sobre la muerte, su aceptación y la relación directa que tiene con la vida. Es parte esencial de ella.
Eso, nuevamente, se lo debo a mi maestra de vida: ¡mi súper mamá!