Corría el año 2017 y aquella asignatura pendiente, que reposaba en el escritorio desde hacía ya 7 años, se repetía con mayor intensidad.
Había pasado ya un poco más de seis meses de un feliz año extraño, incierto, nada usual.
Recordaba, mientras me tomaba un café, la terraza de aquel apartamento alquilado, con tantas filtraciones en el techo. ¡Cuántas veces había querido traspasar el piso con mis potentes rayos láser y quemar lo que se me atravesara. Menos mal que no tengo súper poderes.
Venían a mi mente aquellos años en los que me encontraba llena de dudas, de frenos, pero también de una terrible incondicionalidad. Había dejado de amarme a mí misma y me había maltratado, anulado y acobardado.
Tarde o temprano, y siempre a su debido tiempo, el cosmos se encarga de explicarnos, con el video beam o la pizarrita, lo que hicimos mal y nos abre los ojos, la mente y hasta el corazón.
También nos llegan personas que, cayendo del cielo, nos escuchan, nos orientan y nos dan el empujoncito final que necesitamos para vernos frente al espejo, sin prejuicios.
Fue cuando todo dependió de mí y decidí, por sobre todas las cosas, amarme, respetarme y dejar atrás el miedo, la incertidumbre, la amargura y la energía malgastada en un recuerdo que se quedó congelado en mi alma en forma de zapato.
Volvió a salir a flote aquella leona que siempre fui, más entrada en años, con más experiencia y por sobre todas las cosas, más llena de vida que nunca.