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Trabajaba sin pausa en el diseño de esta revista digital, que hoy es una realidad, al tiempo que publicaba el boletín oficial del COVID-19 en República Dominicana y, entonces, recibí un mensaje de mi amigo Edmundo Levy, que vive en México: «Cuando tengas tiempo, me avisas para llamarte«. Enseguida respondí: «Esta noche, Ed, porque estoy full«. «Tranquila, puedo esperar, tengo el COVID-19«, replicó.

Solté lo que estaba haciendo y lo llamé. «Estoy mejor«, me dijo, «creo que ya pasé lo peor«. Me dijo que, en nombre de todos los pacientes infectados con el COVID-19, agradecía lo que hacíamos Alberto Arismendi y yo en nuestros programas de RumbaPuntaCana que transmitimos en vivo y que él quería dar un mensaje:

«Me llamo Edmundo Levy. El día primero de abril, luego de trabajar, me dio fiebre e inmediatamente fui a un médico, pues no me había estado sintiendo bien. Sólo me indicaron que tenía gripe y estrés. Duré tres días con el cuerpo pesado, con bajas de tensión. Fui al médico, nuevamente, y me dijeron lo mismo: estrés. Ese fin de semana empeoré.

El viernes sufrí parálisis facial y de manos. Me inyectaron complejo B. Mejoré. El domingo me repitió. Fui al médico y me volvió a decir que era estrés. El lunes perdí el conocimiento y caí al piso. No podía moverme. Llamé solicitando ayuda. Me levantaron. Decidí acudir al Hospital Central de la Ciudad de México. Allí me hicieron varias pruebas y todas arrojaron que era posible portador de COVID-19.

Gracias a Dios, tengo sanos los pulmones. El infectólogo que me atendió me mandó a casa. Me recetó Paracetamol por 5 días y 14 días de reposo absoluto, sin salir de casa, aislado, y mucha hidratación. Me dio  unos brochures de cómo lavarme las manos y sobre cómo usar el tapabocas.

Al salir, y luego de llorar como un niño durante unos 20 minutos, informé a mi familia.

Luego de hacer todas las llamadas pertinentes, respiré hondo. Parecía que todo había pasado, pero, en realidad,  el virus estaba esperando para golpearme aún más fuerte. Esa misma noche, tuve fiebre de 40.
Totalmente deshidratado, con vómitos y diarrea, pasé una noche infernal. Tomé  mis pastillas y traté de me hidratarme, como pude.

Al día siguiente, la fiebre desapareció, pero empezaron otros males. Entre ellos, una diarrea incontrolable. También la combatí. 

Luego, comenzaron las fallas respiratorias. Hice gárgaras con sal y agua tibia y bebí té de manzanilla. Ya hoy se fue la fiebre, adiós diarrea y cero dolores de pecho. He expulsado bastante flema. Sólo me quedan el cansancio y el agotamiento. Sin embargo, la lucha no cesa. Hoy se me bajó la tensión, pero no me dejaré vencer«.

TU MENTE ES MÁS PODEROSA QUE TU CUERPO

Hoy, Edmundo, ya recuperado, se dedica a dar consejo y ánimo a quien se haya contagiado con el COVID-19 y lo hace porque sabe que el poder de la mente es superior a cualquier otro.

Esta lucha es de todos.

 

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